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El 11 de setiembre del 2001 a las 10 de la mañana aterrizaba en Ezeiza en un vuelo de United procedente de Miami, Florida, Estados Unidos.

Pasados los controles de rigor me subí a un Remis con rumbo a Palermo, a mi casa.

En una conversación de rutina, el chofer me preguntó de dónde venía, y sin dudarlo le dije el origen de mi vuelo: Miami.

¿Vio lo que pasó?, me dijo, un avión se estrelló en las Torres Gemelas…

Mirándolo con desconfianza y tal vez con el aire de superioridad que nos dan los años después de muchas horas de avión acumuladas le respondí: ¡¡Imposible!! ¿sabés cuántos kilómetros se tendría que desviar un avión desde cualquier aeropuerto de Nueva York para estrellarse en las Torres?

La charla siguió hasta llegar a mi domicilio, él tratando de convencerme del avión estrellado en la torre y yo insistiendo con mi ignorancia de lo imposible del hecho.

Subí a mi departamento y casi sin pensarlo prendí el televisor. Un frío inmenso me recorrió el cuerpo al ver en CNN al segundo avión estrellarse contra la otra torre. ¡¡Imposible!! Volví a decir.

De la misma manera usted, caro lector, seguramente recordará dónde estaba y qué estaba haciendo al conocer la noticia más triste en la historia de los viajes y el turismo. Por primera vez un avión se transformaba en un arma letal.

Ese día se volvió un ícono para la humanidad. Hay un antes y un después de ese septiembre once.

20 años pasaron desde aquel terrible momento en que la humanidad descubrió que para provocar daños masivos no hacía falta armar una bomba.

Aquel día cambió nuestra forma de viajar y nada volvió a ser como era.

Más de 15 millones de argentinos no habían nacido en aquel entonces y muy probablemente no conozcan las diferencias, pero quienes sí las conocemos sabemos que no era necesario pasar por escaners, Rayos X, ser casi desnudados muchas veces y normalmente palpados como malhechores para poder pasar a las salas de espera o al siempre tentador “Free Shop”.

A partir de ese día dejamos de comer con cubiertos de metal para acostumbrarnos a esos horribles cuchillos y tenedores de plástico, que ¡Gracias a Dios! con el tiempo han ido desapareciendo, fundamentalmente por una conciencia ecológica.

Tener barba y cabello oscuro pasó a ser sinónimo de exhaustivas revisiones, por considerarlo “sospechosamente similar” a un ignoto talibán.

El control de equipajes, la imposibilidad de abordar con una botella de agua al avión, o la revisión a fondo del bolso de mano, pasaron a formar parte de nuestra cotidianidad.

Y sí, nos acostumbramos a larguísimas colas en los puestos de control, a llegar a los aeropuertos hasta tres horas antes del vuelo de partida, y a despojarnos de todo aquello que pudiera parecer sospechoso.  

El 11 de septiembre se transformó en 9/11 un día en que 2977 vidas se perdieron y el mundo entero cambió su forma de viajar.

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