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Buenos Aires, la ciudad dormida

Buenos Aires, la ciudad dormida

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Hace años que sostenemos que Buenos Aires está en el top ten de las ciudades aspiracionales del mundo. El tango, como símbolo musical, el bife de chorizo, River y Boca nunca faltan en las conversaciones acerca de ella.

Los eventos culturales, la gastronomía, la variedad de alojamientos y sus contrastes la hacen un lugar único e inigualable en Latinoamérica.

Tan es así, que, a partir de 2008, cuando se desarrolló el primer “Plan de Marketing de Turismo de Reuniones”, la ciudad porteña trabajó hasta alcanzar, en 2018 y 2019, el primer lugar en el ranking de ciudades latinoamericanas con mayor cantidad de Congresos y Convenciones realizados, superando incluso a San Pablo.  

Gran parte de ese éxito tuvo que ver con la mayor conectividad aérea internacional, las temporadas de cruceros más extensas y la atractiva propuesta que, sin dudas, representa visitarla.

Antes de eso, durante el gobierno de Cristina Kirchner, surgieron los feriados puente -imitando al modelo español-, para que el movimiento de pasajeros entre ciudades de todo el país desarrollara el turismo interno.

Bueno, en realidad de casi todo el país, porque pocos turistas vernáculos arribaban a Buenos Aires ya en aquella época.

Por alguna razón, que no sabríamos como explicarla, los funcionarios porteños de todas las épocas nunca imaginaron que la ciudad también podría ser aspiracional para nosotros, los argentinos. ¿La famosa soberbia porteña tal vez?

La realidad marca que Buenos Aires siempre se ha mostrado como una ciudad que exporta turistas hacia todo el país, pero que pocas veces recibe pasajeros de las provincias.

Los habitantes del Área Metropolitana de Buenos Aires -AMBA- aprendieron a aprovechar estos feriados puente con escapadas para visitar la Costa Atlántica, las sierras bonaerenses, Gualeguaychú o Rosario.

Muchos lo hacen visitando las Cataratas de Iguazú, Puerto Madryn o Córdoba.

Es más, la llegada de las low cost permitió que viajaran a Salta, Bariloche, Tucumán, Termas de Río Hondo, El Calafate o Ushuaia hasta más de una vez al año.

En el mientras tanto, cada fin de semana largo que pasa, Buenos Aires se transforma en una ciudad vacía, en la cual la ausencia de gente se nota en las calles, en los bares, en los restaurantes, en los cines y en los teatros.

El caro lector nos podrá decir que eso sucede también en Nueva York, París, Londres o Madrid. Sí, pero menos, porque con promociones y eventos especiales seducen a sus vecinos para que las visiten.

Una ciudad vacía no recauda y el turismo es una fuente inagotable de generar riqueza a través de la recaudación impositiva que se genera cuando un turista ocupa los espacios que dejan los que se fueron.

La pandemia golpeó fuertemente a los hoteleros porteños, que, sin turistas extranjeros, sin eventos corporativos, congresos o convenciones debieron cerrar sus puertas y esperar a que pase el temblor.

Un temblor que puede durar muchos meses, o quizás años en pasar, porque un pasajero internacional toma la decisión de viajar con mucha antelación y Argentina no es precisamente la primera opción de viaje para Europa, Estados Unidos, Canadá… y siguen los nombres.  

Los hoteles porteños independientes de 1, 2 y 3 estrellas, que no cuentan con el bolsillo del payaso de las grandes cadenas para soportar las pérdidas, aún permanecen cerrados, o casi. Hoy la ocupación apenas alcanza al 40% de la capacidad instalada.

Y llegado a este punto nos preguntamos ¿Qué hace la Ciudad de Buenos Aires para revertir esta historia? ¿Se puede revertir?

Si algo nos dejó en claro la pandemia del Covid-19 fue que descubrimos la importancia del turismo de cercanía, donde los turistas visitan a los destinos turísticos más cercanos a sus domicilios.

Así sucedió con los establecimientos gastronómicos cuando fueron obligados a cerrar sus puertas. Su recuperación fue más rápida porque los clientes son, fundamentalmente, comensales de los barrios aledaños que se mueven en distancias cortas. Turismo de cercanía.

Los destinos turísticos nacionales, afectados de la misma manera, primero buscaron tentar con sus ofertas a los posibles viajeros de las ciudades vecinas, más tarde a los de las provincias vecinas y finalmente a los de Buenos Aires, donde está la verdadera masa que da volumen a los centros turísticos.

Pero antes pensaron en el potencial turista más cercano y lo sedujeron para que con sus gastos movilizara esas economías regionales que estaban paralizadas, utilizando entre otras cosas al Plan PreViaje como herramienta de promoción indispensable.

Tristemente nada de eso sucede con Buenos Aires, donde el centro de la ciudad parece haber quedado en el olvido hasta para los propios porteños.

La ciudad que nunca duerme, como se la solía llamar parece ser la ciudad que no despierta.

Cines y teatros siguen siendo tan atractivos como una buena comida o quedarse un par de noches para huir de la rutina. Sin embargo, ni siquiera el Plan PreViaje fue suficiente para tentar al turista de cercanía. La falta de promoción invisibilizó a la ciudad.

¿Estamos seguros que los turistas de ciudades cercanas como Mercedes, Junín, Pehuajó, Monte Hermoso, Pilar, Campana o Zarate no se verían tentados con una buena propuesta de… Escapada porteña?

Quizás los funcionarios porteños deberían entender que ese turista de cercanía es tan bueno como el internacional, porque en cualquier metrópolis del mundo permite darle sustentabilidad al negocio turístico.

Sabemos que en la ciudad existen proyectos para recaudar fondos que servirán a la promoción en el exterior, y está muy bien, pero estimamos que para cuando se concreten y den el resultado esperado habrá pasado demasiado tiempo y en el mientras tanto mucha gente no recuperará su empleo… y la ciudad aquella recaudación que tanto necesita.

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