Un interrogante con variadas respuestas. Fernando Urrea plantea en esta nota publicada en Preferente.com algunas interesantes variables al respecto.

Codogno o Lodi son dos localidades de Italia que siguen cerradas a cal y canto. No se puede ni entrar ni salir. Las autoridades italianas explican que se trata de controlar los casos de coronavirus que se puedan registrar. Pero, la imagen que se da con la policía armada en las carreteras de acceso a estas localidades es absolutamente pavorosa.

En España, los primeros casos sospechosos fueron los de diecisiete españoles que vivían en Wuhan, China, y que fueron repatriados en un avión fletado por Francia y que al llegar a España fueron encerrados en un hospital madrileño durante más de diez días. Al final, ninguno de ellos tenía el virus y pudieron salir. Pero, la imagen que se dio es que esta era una enfermedad como el ébola, letal, tremenda.

En Baleares, por su parte, la consejera de Salud ha dicho que los enfermos de coronavirus que no presenten síntomas alarmantes, se podrán quedar en casa. Que se trata de no saturar el sistema público.

Yo creo que tiene más razón la sanidad de Baleares que todo el disparate de Italia –donde da la impresión de que el virus está más fuera de las ciudades bloqueadas que en ellas—o que el circo organizado en Madrid cuando llegaron los españoles de Wuhan. Pero, en todo caso, tengo una pregunta: ¿cómo se explica tal diferencia en el trato de un paciente? Porque, aunque un paciente tenga síntomas leves de la gripe en cuestión, el problema es sobre todo que la extienda a otros. ¿No hay una distancia demasiado grande entre dejar al paciente en su casa o encerrarlo, incluso estando sano, en un hotel como en Canarias o en un hospital como en Madrid?

Quiero denunciar pues, la tremenda irresponsabilidad de los políticos que han estado haciendo experimentos a ver cómo trataban este asunto. Evidentemente, los resultados dicen que no tenían ni idea. Pero, el asunto verdaderamente importante es que se han cargado la economía, creando un alarmismo absolutamente descomunal. Serán –ya son—mucho más serias las consecuencias económicas y sociales de todo el circo, que la propia enfermedad. Y, dentro de ese conjunto enorme de ‘daños colaterales’, el turismo y el transporte son las primeras víctimas, las que peor lo están pasando.

¿Alguien va a ser responsable de este desaguisado?

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