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Lo que sabemos sobre el coronavirus

Lo que sabemos sobre el coronavirus

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Interesante resumen realizado por The New York Times acerca de este virus que convive con los seres humanos desde hace seis meses y que ha afectado el devenir económico y social de la mayoría de los países.

Realmente no sabemos cuándo el nuevo coronavirus comenzó a infectar a las personas. Pero ahora que entramos a junio, es justo afirmar que el SARS-CoV-2 ya ha estado con nosotros unos seis meses.

Al principio, no tenía nombre ni identidad verdadera. A principios de enero, los informes noticiosos se referían a síntomas extraños y amenazadores que habían enfermado a decenas de personas en una gran ciudad china con la que muchas personas del mundo probablemente no estaban familiarizadas. Después de medio año, esa gran metrópoli, Wuhan, es bien conocida, como lo es el coronavirus y la enfermedad que causa, la COVID-19.
En ese tiempo, muchos reporteros y editores encargados de la sección de ciencia y salud de The New York Times hemos modificado nuestro enfoque periodístico a fin de contar la historia de la pandemia. Si bien el coronavirus sigue siendo bastante misterioso y desconocido tras seis meses, hay algunas cosas de las que estamos bastante seguros. A continuación, algo de ese conocimiento. Aquí hay algunas cosas que creemos saber del coronavirus:

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  • Vamos a vivir con esto por mucho tiempo
  • Deberías usar mascarilla
  • La infraestructura de salud pública estadounidense necesita una actualización
  • Responder al virus es extraordinariamente costoso
  • Tenemos un largo camino por recorrer para corregir las pruebas de virus
  • No podemos contar con la inmunidad de rebaño para mantenernos sanos

Vamos a vivir con esto por mucho tiempo, Por Denise Grady

El verano está a la vuelta de la esquina, los estados están reactivándose y los nuevos casos de coronavirus se están reduciendo o, al menos, se están manteniendo estables en muchas partes de Estados Unidos. Al menos cien equipos científicos de todo el mundo están compitiendo para desarrollar una vacuna.
Esas son las buenas noticias.
El virus no ha dado señales de que vaya a desaparecer: estaremos en esta era pandémica por mucho tiempo, probablemente un año o más. Los cubrebocas, el distanciamiento social, lavarse las manos compulsivamente, el alejamiento doloroso de amigos y familiares, todas esas medidas siguen siendo la mayor esperanza de mantenernos a salvo, y lo seguirán siendo durante algún tiempo.
“Este virus podría convertirse en otro virus endémico en nuestras comunidades, y tal vez nunca desaparezca”, advirtió el mes pasado Mike Ryan, director ejecutivo del programa de emergencias de la Organización Mundial de la Salud. Algunos científicos creen que mientras más tiempo vivamos con el virus, más leves terminarán siendo sus efectos, pero eso aún está por verse.
Las predicciones que afirman que millones de dosis de una vacuna podrían estar disponibles para finales de este año podrían ser demasiado optimistas. Ninguna vacuna ha sido creada así de rápido.
La enfermedad sería menos aterradora si existiera un tratamiento que pudiera curarla o, al menos, prevenir su gravedad. Pero no lo hay. ¿Y qué hay del remdesivir, el muy esperado medicamento antiviral? Según los expertos, lo máximo que se puede esperar de él son beneficios “modestos”.

Lo cual nos remite de nuevo a los cubrebocas y al distanciamiento social, los cuales han llegado a sentirse bastante antisociales. Si tan solo pudiéramos volver a como solía ser la vida.
No podemos. No todavía. Hay demasiadas sorpresas con esta enfermedad —por ejemplo, adultos y niños con buena salud que inexplicablemente se enferman de gravedad— como para permitir tomarnos a la ligera la posibilidad de contagiarnos. Cerca del 35 por ciento de las personas infectadas no presentan ningún síntoma, por lo que, si andan por ahí libremente y sin precauciones, podrían infectar a otras personas sin saberlo.
Hay preguntas muy importantes por responder. ¿Podrá lograrse que los lugares de trabajo sean seguros? ¿Qué hacemos con los trenes, metros, aviones, autobuses escolares? ¿Cuántas personas pueden trabajar desde casa? ¿Cuándo será seguro reabrir las escuelas? ¿Cómo logras que un niño de 6 años con la capacidad de concentración de una ardilla aplique el distanciamiento social?
En resumen: usa un cubrebocas, mantén tu distancia. Cuando llegue el momento, a finales de año, vacúnate contra la gripe para protegerte de la enfermedad respiratoria que puedes evitar y para ayudar a que las salas de emergencia no se saturen. Anhela un tratamiento, una cura, una vacuna. Sé paciente. Tenemos que tomarnos nuestro tiempo. Si existe algo como un maratón de enfermedad, ya estamos en él.

Deberías usar mascarilla, por Knvul Sheikh

El debate sobre si los estadounidenses deben utilizar mascarillas para controlar la transmisión del coronavirus se ha resuelto. Aunque las autoridades de salud pública dieron consejos confusos y a veces hasta contradictorios durante los primeros meses de la pandemia, la mayoría de los expertos ya están de acuerdo en que los individuos se protegen mejor entre ellos si todos utilizan cubrebocas.
Los investigadores saben que incluso las mascarillas más sencillas pueden detener efectivamente las gotículas expulsadas de la nariz o boca de un infectado. En un estudio publicado en abril en la revista Nature, un grupo de científicos demostró que cuando las personas infectadas con influenza, rinovirus o un coronavirus generador de resfriados leves utilizaron una mascarilla, bloquearon casi el 100 por ciento de las gotículas virales que exhalaron, así como también algunas minúsculas partículas de aerosol.
Sin embargo, el uso de mascarillas sigue siendo irregular en muchas partes de Estados Unidos. Pero los gobiernos y negocios están empezando a exigir, o al menos recomendar, que las mascarillas sean utilizadas en muchos espacios públicos.
También hay cada vez mayor evidencia de que algunos tipos de mascarillas pueden protegerte de los gérmenes de otras personas. Los respiradores desechables de alta calidad N95 han sido aprobados por las agencias federales de salud pública porque, si se usan correctamente, son capaces de filtrar al menos el 95 por ciento de las partículas que tienen 0,3 micras de diámetro. Un estudio reveló que los N95 eran capaces de capturar más del 90 por ciento de las partículas virales, incluso si las partículas eran alrededor de una quinta parte del tamaño de un coronavirus. Otros estudios han mostrado que las simples mascarillas quirúrgicas azules bloquean entre un 50 y un 80 por ciento de las partículas, mientras que las mascarillas de tela bloquean entre un 10 y un 30 por ciento de las pequeñas partículas.
“Utilizar una mascarilla es mejor que no usar nada”, dijo Robert Atmar, especialista en enfermedades infecciosas de la Escuela de Medicina de Baylor. Debido a que el coronavirus por lo general infecta a las personas cuando entra a sus cuerpos a través de la nariz y la boca, cubrir estas áreas puede ser la primera línea de defensa contra el virus, dijo.
Utilizar un protector facial probablemente también logre que evites tocarte el rostro, lo cual es otra manera en la que el coronavirus puede transmitirse, de superficies contaminadas a individuos desprevenidos. Cuando se combinan con otras medidas protectoras como lavarse las manos y el distanciamiento social, las mascarillas ayudan a reducir la transmisión de la enfermedad, dijo Atmar.

La infraestructura de salud pública estadounidense necesita una actualización, por Donald G. McNeil Jr.

Estados Unidos sabe cómo combatir guerras. Sin embargo, como bien han demostrado estos últimos meses, la respuesta estadounidense a patógenos puede fácilmente volverse un desastre, pese a que los patógenos matan a más estadounidenses que muchas guerras.
No tenemos un Pentágono para los virus. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) son más como un FBI para investigaciones sobre epidemias que una máquina de guerra. Por años —tanto en el gobierno de Barack Obama como en el de Donald Trump— sus líderes han tenido que pedir autorización para decir casi cualquier palabra.
Anthony S. Fauci, el más prominente de los médicos asesores del equipo especial del coronavirus del gobierno estadounidense, es de hecho el director de un centro de investigación, el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, en vez de algún equivalente médico a un batallón de combate.
El director general de Salud Pública de Estados Unidos es, en esencia, un almirante sin tripulación. Reparte recomendaciones y advertencias sanitarias, pero el Cuerpo Comisionado del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, el cual está bajo sus órdenes, solo tiene unos 6500 miembros activos, y muchos de ellos tienen otros trabajos, por lo general en los CDC.
Casi todas las tropas de primera línea —rastreadores de contactos, técnicos de laboratorio, epidemiólogos, personal en los hospitales de estados y ciudades— son financiadas por departamentos de salud estatales y locales cuyos presupuestos tienen años reduciéndose. Estos soldados son liderados por 50 comandantes, en la forma de gobernadores y, con tantos de ellos a cargo, es sorprendente que algún tipo de respuesta avance.
El resto de la respuesta está en manos de miles de milicias privadas: hospitales, aseguradoras, médicos, enfermeros, técnicos en terapia respiratoria, farmacéuticos, entre otros, todos ellos con distintos empleadores. Dentro de algunos límites, pueden hacer lo que quieran. Cuando no pueden obtener algo que necesitan del extranjero, están prácticamente indefensos sin ayuda logística federal.
Al igual que la guerra hace con las naciones derrotadas, las pandemias exponen las debilidades de sus sistemas. Nuestra descoordinada y entramada respuesta ha producido más de 100.000 muertes. No hay duda de que podemos hacerlo mejor.
“Las grandes potencias tienen muy mal organizadas sus prioridades”, dijo recientemente Michael Ryan, director del programa de emergencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“Gastan miles de millones en misiles y submarinos y en combatir el terrorismo, y a los virus solo les dan unos centavos. Se pueden iniciar negociaciones de paz con el enemigo. Se pueden cambiar políticas para reducir la amenaza del terrorismo”, añadió. “Pero no se puede negociar con un virus, y sabemos que cada año están llegando nuevas amenazas”.

Responder al virus es extraordinariamente costoso, por Reed Abelson

El gobierno federal ha gastado cientos de miles de millones de dólares y prometido gastar más de 2 billones de dólares para abordar la pandemia de coronavirus.
De ese dinero, 2000 millones de dólares se destinaron a ayudar a las empresas a desarrollar nuevas vacunas, expandir la capacidad de hacer pruebas en todo el país y apuntalar las consecuencias económicas desde principios de marzo. (Aún más podría estar en camino, pero no está claro cuánto y cuándo).
La gran mayoría de este gasto ha tenido como objetivo mitigar el sufrimiento económico de pequeñas empresas que cierran y las personas que pierden sus empleos o son despedidas. El Congreso también proporcionó dinero adicional para Medicaid y otros programas sociales.
A los hospitales, centros de salud comunitarios y otros proveedores se les han asignado 175.000 millones de dólares para cubrir el costo del cuidado de pacientes con la COVID-19 y para las visitas, procedimientos y cirugías que se cancelaron debido a la pandemia. En el último proyecto de ley, 25.000 millones de dólares fueron destinados para pruebas de coronavirus.
Muchos expertos dicen que se necesita más financiamiento, pero existe una gran controversia sobre cómo se gasta el dinero ya asignado y cuáles entidades obtienen fondos. Varios grupos, como el Comité para un Presupuesto Federal Responsable, están rastreando el gasto. Según el cálculo de esa organización, ya se han desembolsado o comprometido aproximadamente 1,6 billones de dólares. La Reserva Federal también ha proporcionado más de 2 billones de dólares en préstamos de emergencia, compras de activos y otras actividades, dijo.

Tenemos un largo camino por recorrer para corregir las pruebas de virus, por Katie Thomas

El panorama para las pruebas se ve mucho mejor que en los primeros días del brote, cuando un fallido despliegue de pruebas de coronavirus no pudo detectar su propagación en Estados Unidos.
Hoy, se administran cientos de miles de tests diarios en Estados Unidos, y en algunas áreas están tan ampliamente disponibles que los funcionarios de salud pública se han quejado de que no tienen suficientes personas para hacerles las pruebas. En Los Ángeles, donde las pruebas son gratis para todos, un autoservicio en el estadio de los Dodgers puede atender a 6000 personas al día.
La gama de pruebas disponibles también se está ampliando. Aquellas que alguna vez requirieron que un trabajador de la salud insertase un hisopo a través de la nariz hasta la parte posterior de la garganta ahora se puede hacer con un barrido dentro de la nariz, o escupiendo en una taza. Un puñado de compañías venden ahora pruebas caseras y un test de Abbott puede detectar el virus en tan solo cinco minutos.
Además de las pruebas que detectan infecciones activas, los estadounidenses también pueden hacerse la prueba de anticuerpos contra el virus, que muestra si han estado infectados, y puede ayudar a tener más claro cuán amplia ha sido la propagación del coronavirus en las comunidades.
Pero a pesar de este progreso, Estados Unidos aún tiene un largo camino que recorrer. Los expertos en salud pública dicen que se necesitarán entre 900.000 a millones de pruebas al día para evaluar a pacientes de hospital, residentes de asilos de ancianos y empleados que regresan al trabajo.
Y aunque las pruebas son abundantes en algunas áreas, aún son difíciles de realizar en otras. La escasez de suministros claves necesarios para ejecutar las pruebas —como hisopos y reactivos químicos— ha persistido. El gobierno federal ha delegado la supervisión a los estados, creando un mosaico de políticas y poniendo a los estados a competir unos con otros. Incluso el seguimiento del número de pruebas realizadas ha resultado difícil: para el desconcierto de los epidemiólogos, quienes intentan rastrear infecciones activas (que las pruebas de anticuerpos no muestran), los CDC y varios estados comenzaron a agrupar las pruebas para el virus y las para los anticuerpos.

No podemos contar con la inmunidad de rebaño para mantenernos sanos, por Gina Kolata

La idea es la simplicidad misma: si un número suficiente de la población tiene anticuerpos para el nuevo coronavirus, el virus se encontrará con demasiados “callejones sin salida” como para poder seguir infectando personas. Eso es lo que se conoce como inmunidad de rebaño.
Y esa es la gran esperanza de una vacuna. Pero podría no suceder, incluso habiendo disponibilidad de vacunas, como nos ha demostrado la experiencia con las vacunas contra la gripe.
Paul Offit, médico del Hospital Infantil de Filadelfia y de la Universidad de Pensilvania, señaló que, si bien las vacunas eliminaron el sarampión, la rubéola y la viruela, y casi erradicaron la poliomielitis en Estados Unidos, las vacunas contra la influenza y la tos ferina no han detenido los brotes (debido a que algunos padres se han negado a que sus hijos reciban las vacunas contra el sarampión, esa enfermedad también está regresando).
La influenza y la tos ferina se han seguido propagando, incluso luego de que suficientes personas en una comunidad se han vacunado para, en teoría, detener esas enfermedades. Eso se debe a que los anticuerpos que protegen a las personas contra los virus que infectan las superficies mucosas, como el revestimiento de la nariz, tienden a tener una vida muy corta.
Las vacunas contra las enfermedades respiratorias son, en el mejor de los casos, modestamente efectivas, afirmó Arnold Monto de la Universidad de Míchigan.
Como el coronavirus suele infectar primero al sistema respiratorio, Monto sospecha que una vacuna contra la COVID-19 tendría un efecto similar al de una vacuna de la gripe: reducirá la incidencia de la enfermedad y la hará menos grave en promedio, pero no erradicará la COVID-19.
Por supuesto, a Monto le gustaría que el virus desapareciera, pero una vacuna que reduzca la propagación y la gravedad de la enfermedad es mucho mejor que nada.
“Como persona mayor, lo que quiero es no terminar conectado a un respirador”, dijo Monto.

El virus produce más síntomas de lo esperado, por Roni Caryn Rabin

La COVID-19 es una enfermedad respiratoria viral. Muchas descripciones iniciales de los síntomas se enfocaron en pacientes con problemas para respirar que después necesitaban respiradores. Sin embargo, el virus no limita su ataque a los pulmones, y los médicos han identificado varios síntomas y síndromes asociados con él.
En algunos pacientes, el virus sobreestimula el sistema inmunitario, lo que provoca que los pulmones se llenen de fluidos y dañando múltiples órganos, entre ellos el cerebro, el corazón, los riñones y el hígado.
Los primeros síntomas de la infección son, por lo general, tos y dificultad para respirar. Pero en abril, los CDC añadieron a la lista de síntomas el dolor de garganta, fiebre, escalofríos y dolores musculares. También se han observado malestares gastrointestinales, como diarrea y náuseas.
Otra señal indicadora de la infección puede ser una súbita y profunda disminución del sentido del olfato y gusto. En algunos casos, adolescentes y adultos jóvenes han desarrollado lesiones dolorosas de color rojizo y púrpura en los dedos de los pies y las manos, pero pocos otros síntomas graves.
Un caso grave puede derivar en neumonía y síndrome de dificultad respiratoria aguda. Los niveles de oxígeno en la sangre se desploman y los pacientes pueden requerir oxígeno suplementario o un respirador.
Pero incluso sin deterioro pulmonar, la enfermedad puede causar lesiones a los riñones, el corazón o el hígado. Los pacientes enfermos de gravedad son propensos a desarrollar peligrosos coágulos de sangre en las piernas y los pulmones. En algunos casos inusuales, la enfermedad detona accidentes cerebrovasculares isquémicos que bloquean las arterias que suministran sangre al cerebro, o daños cerebrales, como alteración del estado mental o encefalopatía.
La muerte puede ser causada por paro cardíaco, insuficiencia renal, fallo multiorgánico, dificultad respiratoria o choque circulatorio.

Podemos preocuparnos un poco menos por infectarnos a través de las superficies, por Apoorva Mandavilli

La noticia, cuando se reportó, agregó un giro aterrador a la amenaza del coronavirus: un estudio realizado en marzo en The New England Journal of Medicine descubrió que, en condiciones de laboratorio, el virus puede sobrevivir hasta tres días en algunas superficies, como plástico y acero, y en cartón por hasta 24 horas.
Otros estudios informaron haber encontrado el virus en conductos de ventilación y en ratones de computadora, pasamanos y las manijas de las puertas.
Muchas personas se preocuparon de que contraerían el virus al tocar una superficie que había sido cubierta de gotas por una persona infectada, y luego tocarse su boca, nariz u ojos.
Aún debes usar una mascarilla, evitar tocarte la cara en público y seguir lavándose las manos. Pero ninguno de estos estudios probó al virus vivo, solo las huellas de su material genético. Otros científicos que opinaron sobre estos estudios dijeron que el virus en esas superficies se podría degradar más rápidamente. Los CDC han dicho desde marzo que las superficies contaminadas “no se consideran la forma principal” de propagación del virus.
Se cree que el principal impulsor de la infección es la inhalación directa de las gotículas liberadas cuando una persona infectada estornuda, tose, canta o habla. Los CDC hace poco realizaron cambios en su página web para hacer este mensaje aún más explícito.

También podemos preocuparnos menos por un virus que mute, por Carl Zimmer

En febrero, tres expertos en virus publicaron un editorial en una revista titulado “We Shouldn’t Worry When a Virus Mutates During Outbreaks” (No debemos preocuparnos cuando un virus muta durante los brotes).
Pero nos preocupamos. A medida que la pandemia del coronavirus barrió el planeta, los titulares y los tuits nos inundaban diciendo que el nuevo coronavirus estaba experimentando mutaciones peligrosas.
Muchas de estas preocupaciones se basaron en un malentendido de lo que significa que un virus mute. Cuando una célula infectada produce nuevos virus, a veces comete errores al copiar los genes virales. Esos errores son mutaciones, y resulta que la mayoría son malas para los virus, lo que obstaculiza su capacidad de secuestrar a nuestras células.
Los virus que logran propagarse a nuevos anfitriones también tienen mutaciones. Pero esas mutaciones a menudo no tienen ningún efecto significativo. Las alteraciones que causan en los genes de un virus no conducen a ningún cambio en cómo funciona el virus.
Los científicos han identificado nuevas mutaciones inofensivas en diferentes linajes del nuevo coronavirus. Estos linajes no son nuevas cepas peligrosas.
Algunos de estos linajes han llegado a ser la versión más común del coronavirus en algunos países. Nuevamente, esto no significa que tengan alguna ventaja evolutiva. Existe un fenómeno muy común en la naturaleza llamado el efecto fundador: cualquier mutación usual en los fundadores de una nueva población será también usual en sus descendientes.
Es posible que los virus obtengan mutaciones que sí afectan la forma en que funcionan. El nuevo coronavirus no será diferente. Pero la única manera de saber si una nueva mutación es significativa o no es realizar una investigación. Se necesitará mucha evidencia para rechazar la hipótesis más probable: que la nueva mutación no tiene importancia alguna.
Afortunadamente, no parece que los coronavirus incorporen estas nuevas mutaciones de forma muy rápida. Los científicos han descubierto que, comparado con otros virus, el nuevo coronavirus tiene una tasa relativamente lenta de nuevas mutaciones.
Este es un gran alivio para los fabricantes de vacunas. Los virus de la influenza mutan tan rápido que, para mantenerse protegidas, las personas necesitan vacunarse contra la gripe cada año. El VIH tiene tanta diversidad genética que aún no se ha encontrado una vacuna efectiva contra él. El nuevo coronavirus plantea enormes desafíos para los fabricantes de vacunas, pero la mayoría de ellos tienen que ver con la fabricación de miles de millones de dosis en cuestión de meses.
Tenemos suficientes preocupaciones cuando se trata de la COVID-19; no hay necesidad de agregar a la lista una innecesaria.

No podemos contar con el clima cálido para vencer al virus, por James Gorman

El clima cálido y húmedo del verano no detendrá la pandemia. Más luz solar y humedad pueden ralentizar su propagación, pero probablemente no sabremos cuánto. Otros factores, como la reducción de los viajes, el aumento de la distancia personal, las escuelas cerradas, las reuniones canceladas y el uso de mascarillas, tienen efectos que superarían la influencia del clima.
Se conocen algunas cosas sobre las condiciones que favorecen o no el virus. Los rayos ultravioletas de la luz solar ayudan a destruir el virus en las superficies y algunos estudios han mostrado un pequeño efecto de la humedad. Parece durar más sobre superficies duras como el plástico y el metal. No sobrevivirá en una piscina o lago o el agua del mar. El viento lo dispersa. El riesgo de transmisión es menor en exteriores que en interiores.
Un banco de madera bajo un sol radiante en una playa ventosa es una mejor apuesta que un reclinador de metal o plástico en el lado sombreado de la piscina. Pero si alguien infectado se sienta cerca de ti y tose, o habla mucho o canta, realmente no importa dónde estés sentado y cuán lindo sea el día.
“El virus no necesita condiciones favorables”, dijo Peter Juni, epidemiólogo de la Universidad de Toronto. Tiene una población mundial sin inmunidad esperando ser infectada. Trae al sol: el nuevo coronavirus sobrevivirá.
El aire acondicionado puede empujar al virus directamente a tu mesa en el restaurante.
En el Día de los Caídos, muchas personas en Estados Unidos se reunieron en agradable cercanía bajo un clima encantador y sin mascarillas. Si alguno de ellos estaba infectado y respirando, probablemente haya infectado a alguien más. Lo mismo aplicará para el 4 de julio. Incluso si el clima es glorioso.

Fuente: https://www.nytimes.com/es

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